Para trabajar desde un punto de vista colectivo, es decir, compartiendo vivencias y experiencias con otras personas, debemos tener un extra de empatía. Empatizar, hablando en términos musicales, consiste en comprender la perspectiva de quienes están a nuestro alrededor, entender el por qué de su manera de ejecutar, asimilar el lenguaje y hacerlo nuestro.
Podemos ser nosotros mismos aunque respetemos a los demás, tener nuestra propia voz compartiendo espacios y protagonismos. Evidentemente, existen unas premisas básicas de calidad, las cuales vimos en la entrada sobre el lenguaje estándar, que nos ayudarán en el camino, siempre complejo, de la música de cámara; sin embargo, todo lo que podamos aportar, en términos de comprensión y liderazgo positivo, será, a su vez, más que beneficioso.
Cuando tocamos en una banda no estamos solos. Por un lado, nuestros compañeros de cuerda y la cuerda de euphoniums, también los trombones, fagotes y saxos; por supuesto, los fiscornos y las trompas y, en algunas ocasiones, los contrabajos y violonchelos (además del conjunto de la banda). De tal modo, esta complejidad sonora necesita de una empatía a prueba de balas.
Escuchar, es, sin duda, el infinitivo más importante y central en el ámbito de la música para instrumentos de viento y percusión. Escuchar como filosofía, como manera de entender la música; escuchar como reflejo, comprendiendo, asimilando.
La simbiosis que puede llegar a producirse, cuando escuchamos sin imponer, se acerca a ese ideal de sociedad democrática, basada en el Estado de derecho, que conjuga las libertades individuales con las colectivas, poniendo el énfasis en estas últimas. Si la democracia es nuestro modelo de sociedad, la escucha, consciente, atenta y respetuosa, debiera ser nuestro modelo para la interpretación en grupo.
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